El cuentista

* “A Joaquín (Gamboa) se le puede criticar su falta de arraigo entre la clase obrera —él nunca lo fue—, de ser enemigo de los derechos laborales o de entreguista, pero nunca de improvisado. Muy por el contrario, su habilidad para convertir lo ilegal en legal tiene como respaldo —teórico— ser abogado de profesión”, escribe el periodista Francisco Cruz en el libro Los Amos de la Mafia Sindical, editado por Planeta en el 2013.

Francisco Cruz Jiménez

Fidel era un hombre casi arcaico —tanto que a lo largo de su vida llenó 18 tomos con los cartones que le dedicaron los caricaturistas mexicanos, de todos los periódicos—, pero se había convertido en una leyenda viviente desde que se apoderó de la confederación en la década de 1940, se deshizo de todos sus rivales, incluido Vicente Lombardo Toledano y negociaba directamente con los presidentes de la República.

La disciplina, la discreción y la lealtad al viejo líder cetemista lo recompensaron casi de inmediato. Tres años más tarde Joaquín Gamboa Pascoe llegó al Congreso de la Unión con una diputación cetemista. Lo mismo sucedió en 1967, aunque hasta entonces sus mayores ingresos provenían de las asesorías sindicales y sus negocios por fuera. Esos asuntos personales se multiplicaron con la creación del Instituto del Fondo Nacional de Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) en 1971, que en su primera etapa permitía a los dirigentes laborales anchos márgenes de utilidad en la concesión de créditos de vivienda y contratos de construcción.

Con la protección absoluta e incondicional de Yurén y de Velázquez, amistades como las de López Portillo y Echeverría, y su bien desarrollado sentido del oportunismo político, su carrera despegó. El 6 de diciembre de 1998, en el suplemento Masiosare del periódico La Jornada, Jesusa Cervantes advirtió que tras la modificación de la Ley del Infonavit en 1980 “Gamboa Pascoe tuvo manga ancha para hacer negocios en forma legal, pues como líder obrero tenía la facultad de formular proyectos, hacer presupuestos, comprar terrenos, contratar constructores y conseguir licencias.

”Así, Gamboa —quien desde entonces era el presidente del Consejo Consultivo— favoreció al grupo constructor Araña, encabezado por Jesús Yurén Guerrero, hijo de su antecesor en la Federación de Trabajadores del Distrito Federal. El Grupo Araña estaba conformado por seis empresas que llegaron a construir, entre 1974 y 1988, 60 mil casas. Después de ese año Gamboa Pascoe los hizo a un lado y optó por la constructora Capra de Yamil Karam”.

Cuando fue cuestionado sobre los malos manejos que se hacían con los contratos del Infonavit, Gamboa sólo acertó a decir: “Lo que se dio entre las sábanas ya no es asunto mío, aquí en el Infonavit lo que hicimos fue verificar que todo fuera legal, y así fue”.

A Joaquín se le puede criticar su falta de arraigo entre la clase obrera —él nunca lo fue—, de ser enemigo de los derechos laborales o de entreguista, pero nunca de improvisado. Muy por el contrario, su habilidad para convertir lo ilegal en legal tiene como respaldo —teórico— ser abogado de profesión. También ha sabido rodearse de la gente adecuada que le ha enseñado la práctica. Por ejemplo, cuando aún estaba estudiando su carrera se hizo amigo de Francisco Márquez, dirigente del sindicato textil, con quien aprendió el mecanismo que hacía funcionar a los sindicatos.

Su especialidad en negocios le valió para ser considerado por Jesús Yurén Aguilar —uno de los cinco lobitos (grupo conformado por Fidel Velázquez, Alfonso Sánchez, Jesús Yurén, Fernando Amilpa y Rafael Quintero, dirigentes de la Confederación Regional de Obreros Mexicanos (CROM), quienes se convirtieron en leyenda tras enfrentarse al cacique Luis N. Morones y renunciar a esta poderosa confederación. Se cuenta que en una asamblea éstos se levantaron de sus asientos para mostrar su deserción y mientras algunos pedían que se quedaran, Morones alzó la voz para decir: “¡Déjenlos que se vayan, compañeros!, ¡sólo es la pelusa que se va! ¡son cinco miserables lombrices, que al marcharse dejarán crecer con mayor libertad el frondoso árbol de la gloriosa CROM!” Pero alguien de la concurrencia contestó: “¡No, compañero Morones! ¡No son cinco lombrices, por el contrario, son cinco lobitos que al crecer le comerán a usted el mandado”. Y así se hizo: fundaron la CTM. Consultado en ctmorganizacion.org.mx/CincoLobitos.htm el 19 de abril de 2013)— como asesor jurídico permanente de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal cuya dirigencia alternaba con Fidel Velázquez, como lo hacían también en un escaño senatorial de la Ciudad de México. Con este encargo de asesor permanente, no tardó en ganarse la amistad y confianza plenas de Velázquez Sánchez, quien vio en él a un hombre con muchas posibilidades. Y en 1972 lo impulsó como representante de la CTM en el consejo de administración del Infonavit, donde labró una historia de corrupción que nunca se pudo quitar.

Crónicas y reportajes sobre su encumbramiento en la CTM advierten que, sin el menor prejuicio, no sólo se dedicó a negociar con los créditos y contratos de construcción, sino que también aprovechó para colocar a sus hijos en puestos clave. Por ejemplo, a Joaquín Gamboa Enríquez lo integró a la Comisión Consultiva Regional del Distrito Federal, que se encargaba de buscar los terrenos para la construcción; y a Héctor lo hizo gerente de Fiscalización y Cobranza.

Bajo la protección de Velázquez —que bien puede considerarse como la estrella de buena suerte que nunca lo abandonó— probó las penurias del poder, pero también las mieles. A la muerte de Yurén Aguilar, en agosto de 1973, y un mes después, en septiembre y supuestamente por deseos expresos de Yurén, Fidel Velázquez lo impuso como dirigente de la FTDF —“¡Pascue!, para nosotros los trabajadores es Pascue”—, a pesar de la amenaza de una docena de líderes que prometieron irse si llegaba Gamboa. Nada lo hizo desistir.

Fue así como hizo a un lado a los tres cetemistas que esperaban en la línea de sucesión: Leopoldo Cerón, Antonio Mayén y Leopoldo López. Ya era un hecho, Fidel también había puesto sus esperanzas en quien, por mucho tiempo, había cargado los portafolios de Yurén. Cerón, Mayen y López formaron un grupo fuerte al que se sumaron Carlos L. Díaz —adjunto de Yurén y el que seguía en la línea sucesoria—, Luis Díaz Vázquez, Catarino Rivas, Pedro Rosas y dos compañeros más identificados como los hermanos Galván.

Fidel tenía sus razones personales: “Debe ser Joaquín, yo con la Federación muevo a la CTM”. Y sí, desde 1941, él controlaba la organización. Aquel año instauró su maximato con el apoyo y autorización del presidente Manuel Ávila Camacho, que luego afianzaría por instrucciones del sucesor de éste, el veracruzano Miguel Alemán Valdés.

Derivado del conflicto por la imposición de Gamboa Pascoe como sustituto de Yurén Aguilar, los rebeldes tenían elementos en común e hicieron lo impensable o, en definitiva, se lanzaron al vacío porque consignaron a Fidel Velázquez ante la Comisión de Honor y Justicia de la CTM por “abuso de autoridad sindical, porque ha permitido que subsista la imposición de líderes, como un mentís a la democracia sindical […] los hechos convierten al señor Velázquez en delincuente del orden sindical y lo imposibilitan legal y moralmente a seguir medrando en las filas del movimiento obrero”.

Cuando finalmente se asentaron los ánimos, aquellos disidentes ya estaban fuera de la Federación de Trabajadores del Distrito Federal y Gamboa Pascoe, a quien los cetemistas de la Ciudad de México consideraban el bufón de Yurén, despachaba con la tranquilidad de ser el protegido de Fidel, en su feudo de la FTDF. Y lo de bufón no era simple retórica ni un chisme de vecindad. Los dirigentes de la organización lo recuerdan como el cuentista que entretenía a Yurén y a su hijo, Jesús Yurén Guerrero. Y por eso, le formó una sección especial, la 23, con trabajadores fallecidos. En otras palabras, una sección fantasma porque no tenía ninguna relación con los obreros, fuera de lo profesional, como abogado.

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