Memorias de un sicario Zeta III

* Las declaraciones ministeriales de un desertor del Sexagésimo Quinto Batallón de Infantería, devenido en matón a sueldo, encendieron las alarmas porque el nacimiento de los Zetas propició el reacomodo de las estructuras del crimen organizado, mostró las debilidades gubernamentales, exhibió (una vez más) la corrupción de los cuerpos policiales en todos sus niveles y puso en evidencia al Ejército mexicano.

 

Francisco Cruz/Especial para Nuestro Tiempo/ Tercera parte

El expediente con las declaraciones de Karen no tiene desperdicios; sirvió, por ejemplo, para documentar que Los Zetas planeaban atacar la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), secuestrar (con visos de desaparición permanente) a fiscales responsables de investigaciones contra el cártel del Golfo y cobrar cuentas, como sinónimo de ajusticiar, a testigos protegidos al servicio de la Procuraduría General de la República.

Amparado en su nuevo nombre código, este ex soldado y ex policía municipal en Veracruz y Tamaulipas dio a los investigadores incluso nombres de los operadores de Los Zetas que, en la Ciudad de México, coordinarían preparativos para atacar instalaciones federales y levantar a un grupo de agentes del Ministerio Público y policías antinarcóticos.

Karen contó detalles desde su primer día, asignado a la estaca de Daniel Velázquez Caballero, L-52: “se asemeja a una escuadra del Ejército, un vehículo tripulado por cuatro o cinco elementos distribuidos jerárquicamente –el comandante, que suele ser un zeta viejo o un Cobra viejo, según se trate de zetas o de L, siempre como conductor, acompañado en el asiento del copiloto por un kaibil y, en la parte posterior, tres L o Cobras.

“Si al volante se sienta un Cobra viejo, el copiloto puede ser un zeta nuevo, acompañados por tres L. Luego de subirme a la estaca del 52 nos dirigimos a su punto o casa de seguridad –y cada comandante tiene asignada una, rentadas por terceros–. Ésta, en especial, se ubica en vías de San Miguel, por el rumbo de la carretera Anáhuac, en Nuevo Laredo, a una cuadra del domicilio familiar del L-52, vigilada siempre por un halcón.

“En el primero de los domicilios se acostumbra almacenar cocaína, dólares, equipo operativo y armas de fuego, En el segundo, sólo dinero y armas. Al llegar al punto, de inmediato metieron la camioneta en la que íbamos –una Suburban café, con nivel de blindaje de siete (para resistir un ataque con cualquier tipo de arma).

“De una de la recámaras el L-52 sacó dos juegos completos de uniforme negro, incluidas las botas tipo SWAT, sombrero de lona y chaleco táctico, un fusil R-15 con cuatro cargadores abastecidos y veintiocho cartuchos calibre .223 cada uno”.

Ese día Karen fue uniformado de inmediato. Su primera misión fu intrascendente: la vigilancia –acompañado por Noé, el None, uno de los hombres de confianza del L-52 para cruzar, por el río, cargamentos de marihuana a Estados Unidos– del punto. Allí permaneció ese día con su noche.

Al día siguiente Karen descubrió que su pasado militar y la protección que como policía municipal de Nuevo Laredo vendió a Los Zetas tendrían su recompensa. En las primeras horas de la tarde recibió la orden de uniformarse, portar su R-15 y subir a la estaca del L-52. Esta primera misión era una especie de presentación en sociedad.

Lo invitaron a un encuentro en un rancho. “Al llegar ya había unas cuarenta personas, entre las que se encontraban zetas viejos como Omar Lormendez Pitalúa –conocido bien por sus alias de El Pita, Mono Tonto o El Patas y por su cercanía con el capo Osiel Cárdenas Guillén–, Mateo Díaz López o Comandante El Mateo, El Lucky, El Chafe, El Bedur y El Tejón (acompañado cada uno por su respectiva estaca)”.

Esa misma tarde se enteró que Mateo y Lormendez formaban parte del grupo de los militares de elite del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (Gafes), quienes desertaron en 1998 para fundar Los Zetas, bajo un nuevo concepto de matar: más sanguinario y todavía más cruel.

De entre los cabecillas de los L o Cobras viejos destacaban “L-50, L-52 –los hermanos Talibán–, Miguel Treviño (L-40, considerado uno de los zetas más sanguinarios), Omar Treviño (L42), Meme Flores (L-02). El Pita y Comandante Mateo presidían la reunión. Éstos hicieron la presentación de cuatro nuevos L –entre los que me encontraba yo, El Piporro, La Piña y La Palma–, En ese momento me pudieron por apodo El Gori”.

Por Karen, agentes de la PGR se enteraron que Luis Reyes Enríquez (El Rex o Z-12), era comandante zeta en la capital del país y que éste era el responsable de comprar “las credenciales de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) y de las placas para los automóviles robados, además de buscar almacenes para la cocaína que llegaba del sur”, de estados como Chiapas, Tabasco y Quintana Roo.

Según los señalamientos del ex soldado veracruzano, El Rex trabajaba “con células de sicarios en el Distrito Federal y en el Estado de México. Su grupo de confianza estaba conformado por una treintena de operadores (incluidos los asesinos a sueldo)” que realizaban de labores de inteligencia a búsqueda de hospedaje y “ubicación de casas de seguridad para eliminar a testigos protegidos, sobre todo ex zetas, que estuvieran colaborando en investigaciones federales contra el cártel del Golfo”.

Las primeras tareas de Karen fueron, casi siempre, rutinarias: “en un horario de tres de la tarde a la media noche o de las once de la noche a las siete de la mañana. Recorridos por las colonias Victoria, Viveros, Madero, Infonavit, Voluntad y Trabajo Uno, Voluntad y Trabajo Dos, Nueva Era, Veinte de Noviembre y Solidaridad”.

Y rutinarios eran los recorridos “para ubicar casas donde pudiera haber gente de la contra o grupo delictivos antagónicos. En este caso, previa autorización de Heriberto Lazcano Lazcano –El Lazca o El Verdugo, pero identificado por todos como El Zeta Mayor– los reventábamos y deteníamos a la gente que encontrábamos.

“También tratábamos de ubicar autos sospechosos. Los revisábamos. Si no encontrábamos nada, los dejábamos ir, pero había drogas, armas o los tripulantes tenían alguna información, los deteníamos y los llevábamos a para entregarlos en cualquiera de los puntos de tenientes, casas de seguridad que utilizábamos para guardar detenidos, ubicados en Nuevo Laredo. Como el de Infonavit que reventaron la Policía Federal Preventiva y el Ejército”.

En esa casa de seguridad, los federales rescataron a cuarenta y una personas “que Miguel Treviño (L-40) y Comandante Mateo tenían detenidos. Eran gente de Joaquín El Chapo Guzmán y de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie. Sólo esperábamos la orden de El Lazca para ejecutarlas”.

 

*Autor de Tierra Narca (Planeta, 2010; Negocios de Familia, biografía no autorizada de Enrique Peña Nieto y del Grupo Atlacomulco (ed. Planeta, junio de 2009) y Cártel de Juárez (ed. Planeta, junio de 2008).

 

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