Memorias de un sicario Zeta VI

* Las declaraciones ministeriales de un desertor del Sexagésimo Quinto Batallón de Infantería, devenido en matón a sueldo, encendieron las alarmas porque el nacimiento de los Zetas propició el reacomodo de las estructuras del crimen organizado, mostró las debilidades gubernamentales, exhibió (una vez más) la corrupción de los cuerpos policiales en todos sus niveles y puso en evidencia al Ejército mexicano.

 

Francisco Cruz/Especial para Nuestro Tiempo/ Séptima parte

Sangrienta y encarnizada, por escribir las palabras más suaves, fue la irrupción de Los Zetas a Michoacán. El estado nunca había vivido una violencia de esa naturaleza ni sus cuerpos de seguridad estaban preparados para enfrentarla. Se multiplicó el secuestro bajo el sinónimo de levantón y los muertos se apilaron en la morgue de cada ciudad.

Criminalidad y enfrentamientos trastocaron la vida cotidiana de los michoacanos. La guerra de exterminio, con una crueldad nunca vista que declararon Los Zetas a sus rivales, a las policías y al Ejército –en muchas ocasiones cómplices de los capos del narcotráfico– cambió para siempre la forma de ver y entender el avance del crimen organizado en todo el país.

El impacto de esa toma por asalto de casi cada ciudad importante de Michoacán, no sólo del puerto de Lázaro Cárdenas, todavía no se cuantifica pero eso es adelantarse a la historia porque en ese tiempo Karen descubrió que él –Karin, El Flaco, El Trinquetes, El Panudo, Ostos, El Pompín, El Chicles, Cabeza de Bola, Cascanueces, La Parca, Gori-3 y El Zar– no eran los primeros zetas en llegar a Michoacán.

“Ya había gente de nosotros para estar chingando a la contra (como llaman a las bandas enemigas), pero principalmente a células de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie –un matón texano de piel muy blanca y corpulento, bien conocido porque es originario de Laredo–”.

Los Zetas del grupo de Karen recibieron otra orden: atacar a la banda de los hermanos Beltrán Leyva, que tenía comprada las plazas de Zihuatanejo y Acapulco. También les ordenaron borrar de su vocabulario la palabra regreso a Nuevo Laredo “porque nos íbamos a quedar en Lázaro Cárdenas. Luego podríamos llevar a nuestras familias.

“Como siempre lo hacíamos y en fechas distintas, por separado empezamos a viajar en autobús a Lázaro Cárdenas, a donde nos alojamos en varias casas, rentadas con antelación por Karin. Para el 5 de agosto de aquel 2005 llegué a Lázaro Cárdenas, precisamente a una casa en Lago Zirahuén de la colonia Las Seiscientas Casas. A la misma dirección llegaron Karin, Pompín, El Zar y El Gori-3.Los demás llegaron a otra casa en la calle Zinapécuaro de la colonia Las Torres, mientras nos organizábamos.

“Dos días después llegó Omar Lormendez Pitalúa –cargando a cuestas la fama de sus cuatro alias que los michoacanos conocerían de golpe: Z-10, El Pita, El Mono y El Patas– con la encomienda de rentar otros puntos o casa de seguridad en el mismo puerto”.

La conquista de Lázaro Cárdenas no era un capricho. En un día cualquiera, el puerto de reporta un movimiento de dos mil contenedores. Capos sinaloenses y tamaulipecos entendieron desde siempre que allí, en la narco-ruta del Pacífico, estaba la entrada de drogas y precursores químicos para elaborarlas. Lázaro Cárdenas era, pues, una fuente vital de ingresos para criminales y delincuentes.

“Luego de organizarnos, formamos tres estacas, una comandada por Lormendez Pitalúa, otra por El Flaco y la tercera por Karin. A los tres días de haber llegado –como se hizo en todo agosto de 2005– empezamos a salir a la calle, vestidos de civil, sin armas y en automóviles particulares que, más tarde, pasamos a los halcones que empezamos a contratar, a través de Arturo El Archi, en Lázaro Cárdenas.

“Durante ese mes de agosto y a través de El Licenciado –un abogado originario de la ciudad michoacana, pero al servicio del crimen organizado–, Lormendez Pitalúa empezó a contactarse con diversas autoridades del lugar para comprar protección. De esa manera, cada semana se entregaban dólares americanos –siempre en cantidades de cincuenta mil y hacia arriba–, según el puesto, el rango y el fuero del funcionario o policía”.

En su declaración sobre la entrega de dinero, Karen incluyó “al comandante de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) encargado de Lázaro Cárdenas y quien recibía el dinero a través de su hermano, así como al Sub, policía municipal de Lázaro Cárdenas, quien siempre calza botas vaqueras, viste pantalón de mezclilla, camisa a cuadros, gorra de visera, y una escuadra calibre .38 súper o nueve milímetros con cachas blancas, fajada a la cintura con una piernera y a un comandante de la misma corporación”.

Luego incorporó en sus delaciones al síndico procurador del mismo ayuntamiento, a quien “en la primera quincena de septiembre, Lormendez Pitalúa le dio cincuenta mil dólares por hacerle un plantón, lo que ocurrió en el mismo mes; la razón de lo anterior estriba en sacar a dicho alcalde porque éste no quiere a Omar Lormendez Pitalúa. Dijo que no tendría tratos con nosotros.

“Lormendez también daba dinero a los comandantes de la policía municipal de La Unión y de Petacalco, Guerrero, a los que regaló uniformes negros, fornituras y cargadores para R-15”. Poco a poco la violencia se expandió y Michoacán entró en un estado de alerta general.

 

* Autor de Tierra Narca (Planeta, 2010); Negocios de Familia, biografía no autorizada de Enrique Peña Nieto y del Grupo Atlacomulco (ed. Planeta, junio de 2009) y Cártel de Juárez (ed. Planeta, junio de 2008).

 

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