La incursión

* Ocho años antes de que Felipe de Jesús Calderón Hinojosa llegara a la Presidencia de la República, el narcotráfico y la violencia habían adquirido sus verdaderas dimensiones. El Cártel de Juárez, que se ha transformado para dar paso a La Línea, ya estaba consolidado, lo mismo que los cárteles de El Golfo y de Sinaloa.

 

Francisco Cruz Jiménez

Sangrienta y encarnizada, por escribir las palabras más suaves, fue la irrupción Zeta en Michoacán. El estado jamás había vivido una violencia de esa naturaleza ni sus cuerpos de seguridad estaban preparados para enfrentarla. Se multiplicó el secuestro bajo el sinónimo disfrazado de levantón y los muertos se apilaron en la morgue de cada ciudad. Así fue como emergieron, plenas y crudas, las guerras internas. Así se consolidaron estos comandos preparados en las fuerzas especiales del Ejército mexicano o en las Fuerzas Armadas. Michoacán fue la primera escena impactante en el sexenio de Calderón.

Criminalidad y enfrentamientos trastocaron la vida cotidiana de los michoacanos. La guerra de exterminio que, con una crueldad nunca antes vista, declararon Los Zetas a sus rivales, a las policías y al Ejército —en muchas ocasiones cómplices de los capos del narcotráfico— cambió para siempre la forma de ver y entender el avance del crimen organizado. Luego sería usada con fines políticos desde la presidencia de la república para doblegar al ex gobernador perredista Leonel Godoy Rangel, pero ése es otro tema.

El impacto de esa toma por asalto de casi cada ciudad importante de Michoacán, no sólo del puerto de Lázaro Cárdenas, todavía no se cuantifica. Pero eso es adelantarse a la historia, porque en ese tiempo Karen descubrió que ni él ni sus compañeros: Karin, El Flaco, El Trinquetes, El Panudo, Ostos, El Pompín, El Chicles, Cabeza de Bola, Cascanueces, La Parca, Gori-3 y El Zar eran los primeros zetas en llegar a aquella entidad.

“Ya había gente de nosotros para estar chingando a la contra, pero principalmente a células del texano Édgar Valdez Villarreal, La Barbie”, un matón de piel muy blanca y corpulento, bien conocido porque es originario de Laredo, donde había dejado constancia de su crueldad y ambiciones desmedidas.

El grupo de Karen recibió otra instrucción muy precisa: atacar a la banda de los hermanos Beltrán Leyva, que tenía compradas las plazas de Zihuatanejo y Acapulco. A cada uno le urgió borrar de su mente la idea de regresar a Nuevo Laredo “porque nos íbamos a quedar en Lázaro Cárdenas. Luego podríamos llevar a nuestras familias.

”Como siempre lo hacíamos y en fechas distintas, por separado empezamos a viajar en autobús a Lázaro Cárdenas, a donde nos alojamos en varias casas, rentadas con antelación por Karin. Para el 5 de agosto de aquel 2005 llegué a Lázaro Cárdenas, precisamente a una casa en Lago Zirahuén de la colonia Las Seiscientas Casas. A la misma dirección se presentaron Karin, Pompín, El Zar y El Gori-3. Los demás fueron a otra casa en la calle Zinapécuaro de la colonia Las Torres, mientras nos organizábamos.

”Dos días después llegó Lorméndez Pitalúa —cargando a cuestas la fama de sus cuatro alias que los michoacanos conocerían de golpe: Z-10, El Pita, El Mono y El Patas— con la encomienda de rentar otros puntos o casa [sic] de seguridad en el mismo puerto”.

La conquista de Lázaro Cárdenas no era un capricho. En un día cualquiera se reporta un movimiento de dos mil contenedores. Capos sinaloenses y tamaulipecos entendieron que allí, en la narco-ruta del Pacífico, estaba la entrada de drogas y precursores químicos para elaborarlas. Lázaro Cárdenas era, pues, una fuente vital de ingresos y materia prima para criminales y delincuentes.

“Luego de organizarnos, formamos tres estacas, una comandada por Lorméndez, otra por El Flaco y la tercera por Karin. A los tres días de haber llegado —como se hizo en todo agosto de 2005— empezamos a salir a la calle, vestidos de civil, sin armas y en automóviles particulares que, más tarde, pasamos a los halcones que contratamos a través de Arturo El Archi, en Lázaro Cárdenas.

”Durante ese mes de agosto y a través de El Licenciado —un abogado originario de la ciudad michoacana, pero al servicio del crimen organizado— Lorméndez empezó a contactarse con diversas autoridades para comprar protección. De esa manera, cada semana se entregaban dólares americanos —siempre en cantidades de cincuenta mil o más— según el puesto, el rango y el fuero del funcionario o policía”.

En su declaración sobre la entrega de dinero, Karen incluyó “al comandante de la Agencia Federal de Investigaciones encargado de Lázaro Cárdenas y quien —denunció— recibía el dinero a través de un hermano, así como al Sub, policía municipal de Lázaro Cárdenas, quien siempre calza botas vaqueras, viste pantalón de mezclilla, camisa a cuadros, gorra de visera y una escuadra .38 súper o nueve milímetros con cachas blancas, fajada a la cintura con una pernera, y a un comandante de la misma corporación”.

Luego mencionó en sus delaciones a un síndico procurador del mismo ayuntamiento, a quien durante “la primera quincena de septiembre, Lorméndez le entregó cincuenta mil dólares por hacerle un plantón, lo que ocurrió en el mismo mes; querían hacer renunciar al alcalde porque éste no quiere a Lorméndez. Dijo que no tendría tratos con nosotros.

“Lorméndez también daba dinero a los comandantes de la policía municipal de La Unión y de Petacalco, Guerrero, a quienes regaló uniformes negros, fornituras y cargadores para R-15”. Poco a poco, la violencia se extendió y Michoacán entró en alerta general. La violencia, como un cáncer, también se propagó hacia el vecino estado de Guerrero y a municipios del sur del Estado de México.

La preparación que recibieron en el Ejército mexicano a través de los grupos Aeromóvil de Fuerzas Especiales y Anfibio de Fuerzas Especiales —ambos bien conocidos como Gafes—, sumada al reforzamiento con instructores kaibiles, a la adquisición de armamento superior e ilimitados recursos suministrados por el cártel del Golfo, dio a Los Zetas la confianza para lanzarse desde Tamaulipas a la conquista del país y, luego, el impulso para extender su presencia en Centroamérica.

Ya desde 1998, cuando se documentó el reclutamiento de militares a través del capo Osiel Cárdenas Guillén, El Mata-amigos, y su nacimiento como brazo armado de este capo que temía una emboscada por haber planeado el asesinato de su amigo Salvador El Chava Gómez Herrera, Los Zetas impusieron su poder a través del terror.

Por decirlo de otra manera, ocho años antes de que Felipe de Jesús Calderón Hinojosa llegara a la Presidencia de la República, el narcotráfico y la violencia habían adquirido sus verdaderas dimensiones. El Cártel de Juárez, que se ha transformado para dar paso a La Línea, ya estaba consolidado, lo mismo que los cárteles de El Golfo y de Sinaloa.

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